Los ocho cardenales que integran el consejo creado por Francisco. De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Sean O'Malley, George Pell, Reinhard Marx, Giuseppe Bertello, Francisco Javier Errázuriz, Oswald Gracias, Laurent Monsengwo y Óscar Rodríguez Maradiaga
El primer gran paso en la reforma
de la Curia vaticana ha concluido con éxito… y sin que casi nadie se diese
cuenta de su alcance. En términos militares se diría que ha sido una «guerra
relámpago», al estilo alemán, pero con una operación «stealth» como los
«bombarderos invisibles». Francisco ha creado un gabinete mundial de ocho
cardenales «para aconsejarle en el gobierno de la Iglesia universal», y está en
contacto con ellos desde el 13 de abril con vistas a ultimar, antes de octubre,
un plan de reorganización de la Curia romana. Los ocho son personajes de gran
peso en sus respectivos continentes y, sobre todo, «espíritus libres», capaces
de aconsejar sin miedo y con apertura mental.
La jugada maestra del nuevo Papa ha
sido tomar una medida sin precedentes en los últimos cinco siglos –desde que se
creó la Curia romana centralizada– mediante un simple comunicado de la
Secretaría de Estado. Lo ha hecho sin debate previo, sin emitir normas jurídicas
y sin implicar a la Curia en la creación de un equipo de alto nivel destinado
precisamente a reformarla desde fuera y desde lejos, vista la imposibilidad de
hacerlo desde dentro. Mientras que los departamentos del Vaticano se ocupan de
áreas temáticas como Obispos, Doctrina de la Fe, Laicos, Familia, etc., los ocho
consejeros del Papa abordan todos los temas de gobierno de la Iglesia universal,
incorporando a la vez, además de la sensibilidad de cada uno de ellos, también
la de su respectivo continente.
Igual que Francisco sorprendió al
mundo en su primer saludo inclinándose humildemente en el balcón para recibir la
oración de los fieles en la plaza de San Pedro, ahora ha sorprendido a la Curia
con una reforma «repentina y silenciosa», quizá la única
posible. El ingenioso
modo de lanzarla y la valía continental de los ocho consejeros aumentan las
probabilidades de que Francisco logre.
Los que conocen a Bergoglio aseguran que será capaz de
hacerse con las riendas y gobernar acabar con el «carrierismo», las «cordadas»,
la pereza y el clericalismo de una Curia romana en la que hay muchas personas
extraordinarias, inteligentes y generosas, pero que, en conjunto, sufre el
lastre de un organigrama anticuado y de demasiados vicios italianos. Con
frecuencia, el esfuerzo y el trabajo de los mejores –laicos, sacerdotes,
religiosos o cardenales– termina siendo casi inútil por la desidia o las
maniobras de los peores, que resultan muy difíciles de quitar del
medio.
Los que conocen bien al cardenal
Bergoglio llevan un mes asegurando que será capaz de hacerse con las riendas y
gobernar. Quienes conocen la enorme dificultad de reformar la Curia, han temido
hasta ahora que la inercia de los burócratas termine por agotar las fuerzas de
Francisco en una reforma que es el primero de los «trabajos de Hércules»
asignados en los debates del pre-Cónclave al futuro Papa.
El elegido no queda vinculado a
ningún mandato ni promesa. Aun así, como señal de libertad, el comunicado
detalla que el Papa, «recuperando una sugerencia manifestada durante las
reuniones generales previas al Cónclave, ha constituido un grupo de cardenales
para aconsejarle en el gobierno de la Iglesia universal y para estudiar un
proyecto de reforma de la constitución apostólica Pastor Bonus sobre la Curia
Romana».
Francisco no ha actuado como
canonista sino como «manager», recurriendo a procedimientos sencillos y eficaces
en lugar de crear alambicadas estructuras jurídicas, precisamente uno de los
problemas del Vaticano.
Maradiaga, al
frente.
El nuevo consejo mundial de
cardenales es un sencillo «grupo de trabajo», que tiene al frente como
«coordinador» al cardenal de Tegucigalpa, Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, un
personaje de fuerte presencia internacional, antiguo presidente del Consejo
Episcopal Latinoamericano (Celam), que ha mantenido más de un pulso con la Curia
vaticana.
Aunque hay al menos un pastor
residencial por continente, el grupo consta de tres americanos, un europeo, uno
del Vaticano, un africano, un asiático y uno de Oceanía. Es la primera vez que
se refleja la distribución real de los católicos en el mundo, a diferencia del
Cónclave, donde había 60 cardenales europeos –más de la mitad de los 115
electores–, debido a la masiva presencia de 28 italianos.
El representante de América del
Norte es el «supercardenal» de Boston,Sean O’Malley, capuchino, excelente
comunicador, experto en erradicar
abusos sexuales y en sanear
diócesis con problemas serios. Siempre con serenidad y con una sonrisa en los
labios, igual que Francisco.
El grupo incluye cuatro «pesos
pesados» continentales. El cardenal arzobispo emérito de Santiago de Chile,
Francisco Javier ErrázurizOssa, ha presidido el Celam; el cardenal de Múnich,
Reinhard Marx, preside la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea
(Comece); el cardenal de Kinshasa, Laurent Monsengwo Pasinya, ha sido presidente
del Simposio de Conferencias Episcopales de África y Madagascar (Secam), y el
cardenal de Bombay, Oswald Gracias, preside la Federación de Conferencias de
Obispos de Asia (FABC).
El representante de Oceanía es el
cardenal de Sidney, George Pell, muy escuchado en el mundo anglosajón. Es el
único miembro del grupo que podría considerarse ligeramente «conservador», pero
siendo a la vez muy pragmático, flexible y eficaz.
El único italiano en el grupo es el
piamontés Giuseppe Bertello, presidente de la Gobernación del Estado del
Vaticano. Es un diplomático con larga experiencia en medio mundo. Como su tarea
es administrar el minúsculo Estado, el grupo no incluye ningún miembro de la
Curia romana. Incluso el secretario del grupo, el obispo de Albano, Marcello
Semeraro, está fuera de Roma.
Aunque los ocho cardenales
aconsejan al Papa en todos los terrenos, la prioridad es la reforma de la Curia
mediante un recorte.
El grupo de cardenales consejeros
ha recibido ya algunas propuestas radicales del número de departamentos y el
acceso directo de cada uno de sus jefes al Papa, sin el cuello de botella de la
Secretaría de Estado. Pero, sobre todo, el cambio a una actitud de mayor
colegialidad y de servicio a las diócesis. Simplificar el organigrama, dar más
tareas a laicos, abandonar el ascenso automático a cardenal de los jefes de
departamentos y de los arzobispos de diócesis antiguas que se han vuelto
insignificantes, utilizar el español y el inglés –que son los idiomas de los
fieles–, mantener reuniones periódicas –quizá cada dos años– de los cardenales
electores… Las sugerencias acumuladas abarcan todos los
campos.
El grupo de cardenales consejeros
ha recibido ya borradores antiguos de reforma, aparcados durante años, así como
nuevas propuestas, algunas de ellas radicales. Son remedios enérgicos,
impensables con otros Pontífices, pero no con el Papa
Francisco.
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2 comentários:
Infelizmente não percebo castelhano
Não dou muito tempo de vida a este Papa.
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