En los últimos dos meses, los riesgos que se ciernen sobre la economía mundial han ido incrementándose, provenientes de Estados Unidos y Europa. Esto nos lo han recordado los datos de crecimiento y empleo, pero más claramente las tensiones en los mercados de deuda soberana en Europa, que en menor medida se han trasladado a volatilidades extremas en otros mercados financieros.
Hay riesgo de caer en un círculo vicioso de debilidad cíclica y errores políticos que generen pánico
¿Deberíamos sorprendernos de esa debilidad? El análisis de crisis anteriores ya anticipaba que cabe esperar un crecimiento lento y frágil después de una crisis financiera, que deja a muchas familias y empresas sobreendeudadas, sin apetito por consumir o invertir y también, en muchos casos, al sector público con una elevada carga de deuda.
En efecto, tres años y medio después del inicio de la crisis, ninguno de los países del G-7 ha recuperado los niveles de actividad anteriores al inicio de la misma, mientras los emergentes hace mucho que ya los sobrepasaron.
Frente a esta fragilidad macroeconómica y financiera surgen dos riesgos principales. En primer lugar, la posibilidad de una deflación, muy dañina en el caso de familias, empresas o haciendas altamente endeudadas, al dificultar el relanzamiento del crecimiento y la reducción de esa carga de deuda.
El segundo riesgo, quizá más preocupante aún, es el del menor margen de maniobra de las autoridades para responder a otro periodo de debilidad, que se complica por la pérdida de confianza en la capacidad de los políticos para tomar las medidas adecuadas a ambos lados del Atlántico.
Ambos riesgos recuerdan mucho la situación de Japón desde el estallido de la burbuja en los años noventa del pasado siglo. Y es que es difícil discernir si a las dos últimas décadas de estancamiento ha contribuido más el inmovilismo de las autoridades o el mantenimiento del fantasma de la deflación, si bien obviamente ambos están interrelacionados.
Este es un escenario que es imperativo evitar. En la situación actual corremos un riesgo nada desdeñable de caer en un círculo vicioso de debilidad cíclica, errores -o inacción- de política económica que generen pánico y que se traduzcan en un empeoramiento mayor de los fundamentos de la actividad económica.
Por ello, es necesario apostar más decididamente por la consolidación fiscal en el largo plazo (la más creíble y menos dañina al crecimiento), apoyando la sostenibilidad de los sistemas de jubilación y salud en sociedades que envejecen. Al mismo tiempo es preciso fortalecer aquellas partes de los sistemas financieros que necesitan aún recapitalizarse adecuadamente.
Pero también hay que tratar de facilitar la reducción del peso de la deuda en los agentes sobreendeudados (aunque no incondicionalmente). En Europa eso puede significar, por ejemplo, un esfuerzo más decidido hacia la reducción de la deuda Griega. Por último, es muy importante no olvidar que las políticas de oferta (reformas estructurales) están llamadas necesariamente a ser cada vez más ambiciosas.
Todo ello contribuirá a evitar una "japonización" del Atlántico norte.
Juan M. Ruiz es economista jefe de Escenarios Económicos de BBVA Research.
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