ANTONIO JIMÉNEZ BARCA
En el telediario del bar de al lado la cara de Silvio Berlusconi ilustra los datos de la imparable deuda italiana; entretanto, la cola de entrada alConsulado General de Angola en Lisboa, al sur de la ciudad, se estira y se encoge a un ritmo constante. Las noticias son malas: Italia se hunde, y Francia y Alemania parecen negociar casi en secreto la formación de una Europa de dos velocidades en la que Portugal figurará, con seguridad, en la segunda división. En la cola hay dos jóvenes misioneras, varios empleados de empresas constructoras que llevan y traen papeles y, entre otros ejecutivos, un tipo echado para adelante armado con un sombrero borsalino y sonrisa anticrisis.Se llama António Fernandes, tiene 36 años, habla varios idiomas, ha viajado últimamente a 50 países diferentes y se dispone a liderar en Luanda la base africana de su empresa, la multinacional Cummins, especializada en material energético. Fernandes reclutará un equipo de una cuarentena de personas, entre los que se cuentan varios portugueses. Con su español exquisito, su inglés impecable y sus maneras educadas, simboliza un prototipo de joven portugués preparado, inteligente, valiente y ambicioso que emigra para dejar atrás un país cada vez más ahogado por los malos datos y la depresión colectiva. “Supongo que volveré aquí dentro de 15 años, cuando ya haya adquirido más experiencia. Ahora mismo, Portugal solo da oportunidades pequeñas”.El presidente de la asociación empresarial portuguesa AIP-CCI, José Eduardo Marcelino Carvalho, cifra en un 10% de la población activa el porcentaje que emigra al extranjero. Todos jóvenes y sobradamente preparados. Muchos de ellos eligen Angola, donde ya residen más de 130.000 portugueses, la mayoría en la capital, Luanda.Angola, antigua colonia portuguesa con enormes yacimientos de petróleo que impulsan un crecimiento económico cercano al 10%, precisa con urgencia de ingenieros, abogados, economistas o profesores que hablen portugués. Por eso, estepaís africano se ha transformado en una suerte de El Dorado para los portugueses cualificados que no encuentran en Europa la salida. “Cuando me los encuentro por el mundo, sé reconocer a los trabajadores portugueses por lo que valen”, explica Fernandes: “Somos laboriosos, tenemos facilidad para los idiomas, honestos, callados y poco conflictivos: ideales para un empresario”. Y añade, con un tono a medio camino entre la ironía y la amargura: “Ahora mismo, tal y como está todo, la principal y más rentable actividad económica del país es esa: la exportación de personas”El profesor de Economía en el Instituto Superior de Economía y Gestión de la Universidad Técnica de Lisboa, Manuel Ennes Ferreira, no se extraña nada del fenómeno: “Es una nueva generación abierta al mundo que, además, no encuentra oportunidades aquí. Y en Angola hay dinero, hay financiación y está todo por hacer”. No cree que esto signifique necesariamente un empobrecimiento de por vida de Portugal: “Es cierto que se van. Pero volverán en cuanto aquí vuelva a haber oportunidades. No es aquella generación de inmigrantes de los años cincuenta o sesenta, aquellos que se iban a Fráncfort o a París, a trabajar de obreros o de camareros y que volvían muchos años después solo para jubilarse”.Las malas noticias sobre Portugal se suceden esta mañana lluviosa y desapacible: la UE cree que el PIB portugués caerá un 3% en 2012, los diputados discuten en la Asamblea de Lisboa un presupuesto durísimo que recortará por todos lados y que, según muchos, ni siquiera bastará para contener la sangría financiera en la que se deshace el país. Mientras, Isabel Ferreira, economista de 34 años, obtiene el último de los trámites para reunirse con su marido, un ingeniero de 30 que lleva un año en Luanda. Ella no ha estado nunca allí. No sabe si le gustará ni cuántos años vivirán fuera de Lisboa. Solo tiene clara una cosa: “Aquí la vida es difícill.
Yo gano 600 euros y allí dan el triple. Portugal se ha quedado pequeño”.Hay 7.000 empresas lusas radicadas en Angola, que pronto se convertirá en el cuarto destino de las exportaciones de Portugal. Pero Luanda no es un paraíso. Nunca las ciudades alcanzadas por la fiebre del oro lo son. Es, por el contrario, una ciudad extraña, cara, pobre a trechos e insegura, impulsada por un crecimiento engordado por el petróleo pero rodeada de miseria, con una población que, en su gran mayoría, no se beneficia de las riquezas que brotan del subsuelo. Esto lo sabe el decidido António Fernandes, que ya ha estado allí: “Hay quien llega y se deprime a la semana porque no soporta las calles llenas de basura, el miedo a salir de noche, los atascos de tres horas, la corrupción de algunas instituciones. No es un país para nenas”.Tal vez es cierto. Pero también lo es que muchas veces no hay dónde elegir. A un paso de llegar a la ventanilla de acceso, Carlos Macedo, de 35 años, explica en un puñado de frases rápidas su papel de buscador de pepitas de oro en esta historia, sin entrar en detalles: “Soy comercial, estoy en paro desde hace meses, y hay clientes instalados allí que me han aconsejado que me vaya. Me voy a la aventura. No sé qué me voy a encontrar. Me voy solo; tal vez después me lleve a la familia”.
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